miércoles, 29 de agosto de 2012

Los guerreros tocados por la mano de Dios




Resplandecía la luz del astro rey que regalaba sus cálidos rayos a la tierra. El cielo, se teñía de un azul hermoso sin rastro de manchas nubosas. La gran flota de Kublai Kan, quinto Gran Kan del imperio mongol y primer emperador de la Dinastía Yuan del gran imperio chino, se reflejaba en el mar con la calidad de un espejo. Ante ellos comenzaba  a vislumbrarse las tierras de Cipango, y los hombres del emperador se hallaban eufóricos, pronto aquella tierra y todo lo que en ella había les pertenecería.

-Los hombres se hayan contentos, mi señor – Dijo la mano derecha del emperador al mismo. – Esto va a ser una batalla fácil.

- ¿Alguna noticia sobre su ejército? – preguntó el gran Kublai Kan.

- Ninguna mi señor, pero teniendo en cuenta la información que nos llegó a través de los vigías que mandamos, no parecen entrañar ningún problema. Nos han hablado de unos salvajes armados con espadas y flechas. ¿Y qué pueden hacer unos pocos guerreros con flechas y espadas ante la inmensidad de su maquinaria de guerra?

- En la guerra no se puede permitir ningún grado de confianza. Aún así, son buenas noticias.
-¡Mi señor! – Uno de los militares de alto rango que viajaba con el emperador se acercó a este postrándose ante él – Se acercan unas embarcaciones por estribor, señor.

El gran Kublai Kan se asomó para ver con mayor claridad aquello de lo que le hablaba el almirante y ante él aparecieron unas pequeñas embarcaciones, de no más de doce hombres cada una, que portaban a unos guerreros muy raros, con extrañas armaduras y cascos con cuernos. Ante aquella visión, dando ya por sentada la victoria, el gran emperador se echó a reír, tal era la intensidad de su carcajada, que se fue transmitiendo al resto de la flota, y con el estruendo de la mofa no se dieron cuenta que aquellos guerreros, para ellos insignificantes, comenzaban a recitar algo.

-Kamikaze, kamikaze, kamikaze – Se empezó a escuchar muy bajito, casi como un leve soplo de aire.
Las tropas chinas, tan inmersas estaban burlándose de sus enemigos que no se dieron cuenta de cómo una ligera brisa comenzaba poco a poco a adquirir la fuerza de un viento descontrolado.

-¿Qué está pasando mi señor? – preguntaban los hombres aterrorizados viendo como aquel hermoso azul cian que pintaba el cielo hasta entonces, se iba plagando de gruesas nubes negras que giraban vertiginosamente levantando un viento feroz.

- ¡Kamikaze, kamikaze, kamikaze! – Ahora las voces del aquellos guerreros de Ciapango gritaban traspasando el viento, desgarrando los oídos de las tropas de Kublai Kan mientras estas contemplaban como encima de ellos se formaba un huracán monstruoso, un huracán que no tardó en ensañarse con ellos, devorando cada una de sus naves y alimentando el mar con miles de hombres.

- ¡Esto no puede estar pasando! – rugió temeroso el emperador viendo como toda su flota era engullida por la ferocidad de aquel viento divino. – Esto no puede ser otra cosa más que magia.

- ¡Mi señor! Será mejor que venga con nosotros, si no vuelve con nosotros será engullido por las olas. – Suplicaba su séquito.

-Definitivamente, estos guerreros están tocados por la divinidad. – Las lágrimas del gran Kublai Kan, semejaban más las de un niño que las de un gran emperador. Ante él, la derrota evidente, los dioses preferían regalarles la victoria a aquellos salvajes. Así que recogió los restos de su tropa emprendiendo el camino de regreso a su tierra.

Pocas fueron las naves que consiguieron regresar a casa, y nada más hacerlo, el emperador decidió inmortalizar aquel acontecimiento en los registros oficiales del reino, tildando a aquellos hombres como “Los guerreros tocados por la mano de Dios”.

Esta historia, aunque para vosotros parezca insólita queridos amigos, está inmortalizada en los textos antiguos y es la primera crónica en la que aparecen los samuráis, los legendarios guerreros de la antigua Cipango, Japón, aquellos que podían invocar al Kamikaze, el gran viento divino. 

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