Imagen sacada de http://facilparanosotros.blogspot.com.es
Resplandecía la luz del astro rey
que regalaba sus cálidos rayos a la tierra. El cielo, se teñía de un azul hermoso
sin rastro de manchas nubosas. La gran flota de Kublai Kan, quinto Gran Kan del
imperio mongol y primer emperador de la Dinastía Yuan del gran imperio chino,
se reflejaba en el mar con la calidad de un espejo. Ante ellos comenzaba a vislumbrarse las tierras de Cipango, y los
hombres del emperador se hallaban eufóricos, pronto aquella tierra y todo lo
que en ella había les pertenecería.
-Los hombres se hayan contentos,
mi señor – Dijo la mano derecha del emperador al mismo. – Esto va a ser una
batalla fácil.
- ¿Alguna noticia sobre su
ejército? – preguntó el gran Kublai Kan.
- Ninguna mi señor, pero teniendo
en cuenta la información que nos llegó a través de los vigías que mandamos, no
parecen entrañar ningún problema. Nos han hablado de unos salvajes armados con
espadas y flechas. ¿Y qué pueden hacer unos pocos guerreros con flechas y espadas
ante la inmensidad de su maquinaria de guerra?
- En la guerra no se puede
permitir ningún grado de confianza. Aún así, son buenas noticias.
-¡Mi señor! – Uno de los
militares de alto rango que viajaba con el emperador se acercó a este postrándose
ante él – Se acercan unas embarcaciones por estribor, señor.
El gran Kublai Kan se asomó para
ver con mayor claridad aquello de lo que le hablaba el almirante y ante él
aparecieron unas pequeñas embarcaciones, de no más de doce hombres cada una,
que portaban a unos guerreros muy raros, con extrañas armaduras y cascos con
cuernos. Ante aquella visión, dando ya por sentada la victoria, el gran
emperador se echó a reír, tal era la intensidad de su carcajada, que se fue transmitiendo
al resto de la flota, y con el estruendo de la mofa no se dieron cuenta que
aquellos guerreros, para ellos insignificantes, comenzaban a recitar algo.
-Kamikaze, kamikaze, kamikaze –
Se empezó a escuchar muy bajito, casi como un leve soplo de aire.
Las tropas chinas, tan inmersas
estaban burlándose de sus enemigos que no se dieron cuenta de cómo una ligera
brisa comenzaba poco a poco a adquirir la fuerza de un viento descontrolado.
-¿Qué está pasando mi señor? –
preguntaban los hombres aterrorizados viendo como aquel hermoso azul cian que
pintaba el cielo hasta entonces, se iba plagando de gruesas nubes negras que
giraban vertiginosamente levantando un viento feroz.
- ¡Kamikaze, kamikaze, kamikaze! –
Ahora las voces del aquellos guerreros de Ciapango gritaban traspasando el
viento, desgarrando los oídos de las tropas de Kublai Kan mientras estas
contemplaban como encima de ellos se formaba un huracán monstruoso, un huracán
que no tardó en ensañarse con ellos, devorando cada una de sus naves y
alimentando el mar con miles de hombres.
- ¡Esto no puede estar pasando! –
rugió temeroso el emperador viendo como toda su flota era engullida por la
ferocidad de aquel viento divino. – Esto no puede ser otra cosa más que magia.
- ¡Mi señor! Será mejor que venga
con nosotros, si no vuelve con nosotros será engullido por las olas. –
Suplicaba su séquito.
-Definitivamente, estos guerreros
están tocados por la divinidad. – Las lágrimas del gran Kublai Kan, semejaban más
las de un niño que las de un gran emperador. Ante él, la derrota evidente, los
dioses preferían regalarles la victoria a aquellos salvajes. Así que recogió los
restos de su tropa emprendiendo el camino de regreso a su tierra.
Pocas fueron las naves que
consiguieron regresar a casa, y nada más hacerlo, el emperador decidió
inmortalizar aquel acontecimiento en los registros oficiales del reino,
tildando a aquellos hombres como “Los guerreros tocados por la mano de Dios”.
Esta historia, aunque para vosotros
parezca insólita queridos amigos, está inmortalizada en los textos antiguos y es
la primera crónica en la que aparecen los samuráis, los legendarios guerreros
de la antigua Cipango, Japón, aquellos que podían invocar al Kamikaze, el gran
viento divino.
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