miércoles, 15 de agosto de 2012

El misterio del "Luceiro do Alén" (2ª parte)


-Presta atención pequeño, este es el principal tesoro que permite que podamos escapar tan pronto. Con él, las mayores distancias se recorren en un suspiro, podemos ir de un lugar a otro en un pequeño movimiento de reloj. Es un artefacto mágico, divino me atrevería a decir yo, por lo que debes, dado el caso, protegerlo con tu vida pues de ello depende la supervivencia de esta embarcación y de todos los que permanecemos en ella. – Todos los marineros prestaban atención a las palabras del capitán, en un silencio casi ceremonial que solo se veía interrumpido por los leves ruidos que ofrecía la noche en el mar- Mucha gente pagaría lo indecible por cada una de nuestras cabezas, la tuya incluida, pues que mejor premio para la guardia real, o cualquier otro comisario que poder tener el orgullo de haber cazado a un bandido de “Luceiro do Alén”, pero jamás le daré ese orgullo. ¿Entiendes?
Allan se quedó paralizado sin saber cómo responder, estaba hipnotizado por las palabras del capitán, pero sobre todo por aquel maravilloso objeto que le habían permitido casi teletransportarse de un lugar a otro. Se preguntaba como aquella especie de joya maravillosa, fuera de su tiempo quizás, era capaz de semejante prodigio, solo podía ser magia.
-Ahora Allan, ante todos, ¿jurarás por tu vida proteger este tesoro? Pon la mano encima de la luz y júralo.
Allan siguió las indicaciones de su capitán y juró con toda su energía.
-¿Juras poner este objeto por encima de tu vida, pues con él protegerás la supervivencia de toda la nao?
-Lo juro capitán.
- ¿Juras  mantener esto en el más absoluto secreto?
- Lo juro
-¡Bienvenido a la libertad!-gritó el Carpenter alzando su botella al tiempo que todos le contestaban jubilosos.
-¡¡Bienvenido a la libertad!!- acompañaron los demás marinos a coro, mientras Allan intentaba disimilar a duras penas unas leves lágrimas de la más absoluta felicidad.
Reconocía que aquel instante lo había llenado de una profunda alegría, tanto, que por un momento había acallado los gritos de su conciencia. Por primera vez desde que había venido al mundo no era un debilucho al que todos podían pisotear, por primera vez era aceptado y admirado en un grupo. A sus catorce años se había atrevido a pedirle al despiadado Carpenter, la lamprea, que lo enrolara, había matado a un hombre y ahora conocía el gran secreto mágico por el cual aquella nave siempre desaparecía ante los ojos de las autoridades como si fuese humo.
¿Qué dirían los muchachos de su pueblo?, aquellos que se jactaban de abusar de un chiquillo asustadizo, o aquellos crueles aldeanos que le tiraban piedras solo por haber venido al mundo sin nada. Precisamente esa debilidad y miseria de los que otros se burlaban, lo habían instigado a enrolarse, y en aquel momento se sentía complacido de haber tomado aquella decisión. Él había clavado su cuchillo en la garganta de un adulto, y ahora el mismísimo capitán Wiliam Carpenter lo reconocía como pirata. El pequeño Allan comenzaba a saborear el placer de la venganza, mientras se imaginaba invadiendo la aldea y rajándoles la garganta a ellos también. Se prometió que nada lo asustaría y que abrazaría la fiereza como lo había hecho ese día, llegaría a ser más fuerte, más temido y más reconocido que su capitán. Así que para sus adentros juró y perjuró mantener en el más absoluto secreto aquel increíble objeto que les permitía viajar de forma increíble, aparecerse y desaparecerse sin que sus enemigos se percatasen.
Pero la tranquilidad nocturna había despertado aquel irritante repiqueo de culpabilidad, y la debilidad salía de nuevo a flote impidiéndole conciliar el sueño. Así que, encogido en la proa, sintiendo el frescor de la brisa marina jugueteando entre su cabello azabache y los ronquidos de los demás, se sumió en sus pensamientos, mientras la imagen de su víctima lo perseguía como un fantasma, y su visión comenzó a distorsionarse, mientras un líquido cálido le resbalaba por las mejillas.
Mientras su cuerpo se convulsionaba en el fragor de un llanto apagado, sus sensibles ojos, acompañados por la débil luz de la luna llena reflejándose en el mar, parecieron percibir algo que se movía a lo lejos escapando del horizonte entre el rumor del oleaje, al principio pensó que se debía a un espejismo, o a un simple ave marina pescando. Pero a medida que esta iba tomando forma comprendió que se trataba de algo más. Se levantó secándose las lágrimas para verlo mejor, ahora que estaba más cerca percibió que se trataba de un gran trozo de madera con algo encima, aunque su vista estaba aun tan borrosa que no pudo distinguir bien lo qué. Siguió frotándose los ojos para borrar la cobardía de su cara y cogió el candil que tenía a su lado mientras se dirigía a avisar al vigía, que también estaba roncando.
En su camino pisó sin querer a uno de los tripulantes más veteranos, el señor Culbert, que se despertó malhumorado.
-¿Qué carajo estás haciendo chaval?.
-Me pareció ver algo acercándose por proa e iba a despertar al…
Antes que hubiera terminado la frase, el viejo lobo de mar ya dirigía su mirada ceñuda hacia la proa. Para acto después comenzar a aullar a pleno pulmón.
-¡¡Hombre a la deriva!!¡¡Hombre a la deriva!!

Continuará...

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