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Cada noche mis
ojos buscaban el cielo, y no podían reprimir el deseo de alcanzar todas
aquellas estrellas. Cansados por las largas jornadas en la mina, comenzaban una
ardua lucha por permanecer despiertos, una guerra en la que el cansancio solía
ganar todas las batallas. Y cuando se cerraban, los sueños cargados de polvo se
enredaban en mi cabeza como si el día nunca hubiese terminado.
No había
descanso, y trabajábamos de sol a sol desde que nuestro padre había muerto
aplastado por un derrumbe. Yo empecé en la mina con ocho años, ayudaba a mi
hermano Eduardo, de diez, moliendo el mineral a pleno sol. Cuando alcancé su
edad ya me mandaban al interior de los túneles, viéndome obligada a arrastrar
mi endeble cuerpecillo por las oquedades más asfixiantes.
Un día, mientras
trabajaba en las entrañas de la tierra, escuché una gran explosión y al poco
rato las piedras me envolvieron dejándome enterrada. Al poco rato comencé a sentirme mal, el aire
se esfumaba de mis pulmones, como si estos fuesen un colador, y mi mente
comenzó a dar vueltas hasta caer en un collage de recuerdos que se superponían
componiendo el océano que era mi vida, y en todas aquellas imágenes, de algún u
otro modo, aparecía la mina.
Me desperté en
un catre desvencijado y duro, sus muelles se clavaban en mi espalda haciendo
que mi reposo estuviese envuelto en un velo de incomodidad continua que
acentuaba el dolor de mi cuerpo roto.
-¿Te encuentras
bien pequeña? – Me preguntó una voz femenina.
-Sí. – Tembló la
mía.
A mi lado se
encontraba una joven bajita y pelirroja, con la cara plagada de pecas. Por su
acento enseguida reconocí que se trataba de una española, y sólo me bastó una
ojeada al cuarto donde me encontraba para averiguar que me encontraba en el pequeño
centro de salud de la ONG que ayudaba en mi pueblo.
-Hubo un
desprendimiento de tierras en la mina, te quedaste atrapada, sin aire, tuviste
suerte de que un niño señaló que te había visto entrar por aquella oquedad
antes del derrumbe.
-¿Y mi hermano?
¿Y mi mamá? Ellos también estaban dentro de la mina
La joven se
fundió en un largo silencio, señal inequívoca de que había ocurrido lo peor.
Jamás volvería a verlos.
-Lo siento. –
Dijo la joven antes de que me hundiera en un llanto desesperado.
Pasé muchos días
tumbada en aquel catre, tantos que mi cuerpo se había amoldado a las
incomodidades haciéndolas casi imperceptibles. Fueron arduas jornadas en las
que mis miembros, dañados por el impacto de la roca contra mi cuerpo, luchaban
por volver a recuperarse y ser los de antes. Tenía el brazo derecho destrozado,
y ambas piernas con diversas fracturas que costó mucho reparar. Pero en todas
aquellas noches de desvelo a causa del dolor, mi mirada se dirigía al cielo
para encontrarme con ella, con mi amada luna, con mis deseadas estrellas.
-¿Qué te
gustaría hacer cuando crezcas? – Me preguntó una noche la joven pelirroja
mientras velaba mi sueño inquieto.
-¿Cuándo crezca?
– Le repetí la pregunta. – No sé, supongo que volveré a trabajar en la mina.
-No te estoy preguntando
por lo que crees que deberías hacer, sino por lo que deseas hacer.
-Es que lo que
yo deseo hacer es imposible.
-¿Por qué estás
sujeta a la mina?
-No sólo por
eso.
-¿Entonces? –
Insistía la joven. – ¿Qué es eso tan especial que es imposible de realizar?
Callé durante
unos minutos, tímida de que aquella joven pensara que era una tonta soñadora, y
que mi deseo sólo era una cosa de niños.
-Quiero ir hasta
allí. – Dije con un hilillo de voz, señalando una hermosa luna llena que se
colaba por el ventanuco del cuarto.
-¿Quieres ser
astronauta? – Preguntó la joven para mi sorpresa.
-Quiero viajar a
la luna y poder tocar las estrellas, pero no sé qué es un astronauta.
-Los astronautas
son los viajeros del espacio. Ellos se introducen en unos vehículos llamados
naves y viajan por todo el universo, van a la luna e investigan estrellas y
planetas.
-Entonces… - No
entendía muy bien todas aquellas palabras que la joven me decía, pero lo que sí
entendí es que mi sueño no era tan disparatado como pensaba. - ¿Podré ir a la
luna?
-Sí, pero para
ello tendrás que estudiar muchísimo y por supuesto dejar la mina. ¿Estás
dispuesta?
No hace falta
decir que mi sí fue rotundo, una cadena de “sí” que acompañó toda mi vida unido
a una meta que no se desvió ni un ápice. La lucha no fue fácil, existen muchas
cosas que se oponen a que una niña, desconocida y para muchos insignificante
como yo, llegue hasta donde yo estoy ahora. Desde el espacio el mundo se ve
diferente, pequeño y vulnerable, como aquella niña que trabajaba en la mina. Mi
objetivo, más allá de las estrellas, es que otros niños puedan seguir
cumpliendo sus sueños como yo lo he hecho. Queda mucho camino, pero seguiremos
luchando.
Almudena
García Cortés, primera mujer en pisar la
luna, 1 de Julio de 2024.