miércoles, 29 de agosto de 2012

Los guerreros tocados por la mano de Dios




Resplandecía la luz del astro rey que regalaba sus cálidos rayos a la tierra. El cielo, se teñía de un azul hermoso sin rastro de manchas nubosas. La gran flota de Kublai Kan, quinto Gran Kan del imperio mongol y primer emperador de la Dinastía Yuan del gran imperio chino, se reflejaba en el mar con la calidad de un espejo. Ante ellos comenzaba  a vislumbrarse las tierras de Cipango, y los hombres del emperador se hallaban eufóricos, pronto aquella tierra y todo lo que en ella había les pertenecería.

-Los hombres se hayan contentos, mi señor – Dijo la mano derecha del emperador al mismo. – Esto va a ser una batalla fácil.

- ¿Alguna noticia sobre su ejército? – preguntó el gran Kublai Kan.

- Ninguna mi señor, pero teniendo en cuenta la información que nos llegó a través de los vigías que mandamos, no parecen entrañar ningún problema. Nos han hablado de unos salvajes armados con espadas y flechas. ¿Y qué pueden hacer unos pocos guerreros con flechas y espadas ante la inmensidad de su maquinaria de guerra?

- En la guerra no se puede permitir ningún grado de confianza. Aún así, son buenas noticias.
-¡Mi señor! – Uno de los militares de alto rango que viajaba con el emperador se acercó a este postrándose ante él – Se acercan unas embarcaciones por estribor, señor.

El gran Kublai Kan se asomó para ver con mayor claridad aquello de lo que le hablaba el almirante y ante él aparecieron unas pequeñas embarcaciones, de no más de doce hombres cada una, que portaban a unos guerreros muy raros, con extrañas armaduras y cascos con cuernos. Ante aquella visión, dando ya por sentada la victoria, el gran emperador se echó a reír, tal era la intensidad de su carcajada, que se fue transmitiendo al resto de la flota, y con el estruendo de la mofa no se dieron cuenta que aquellos guerreros, para ellos insignificantes, comenzaban a recitar algo.

-Kamikaze, kamikaze, kamikaze – Se empezó a escuchar muy bajito, casi como un leve soplo de aire.
Las tropas chinas, tan inmersas estaban burlándose de sus enemigos que no se dieron cuenta de cómo una ligera brisa comenzaba poco a poco a adquirir la fuerza de un viento descontrolado.

-¿Qué está pasando mi señor? – preguntaban los hombres aterrorizados viendo como aquel hermoso azul cian que pintaba el cielo hasta entonces, se iba plagando de gruesas nubes negras que giraban vertiginosamente levantando un viento feroz.

- ¡Kamikaze, kamikaze, kamikaze! – Ahora las voces del aquellos guerreros de Ciapango gritaban traspasando el viento, desgarrando los oídos de las tropas de Kublai Kan mientras estas contemplaban como encima de ellos se formaba un huracán monstruoso, un huracán que no tardó en ensañarse con ellos, devorando cada una de sus naves y alimentando el mar con miles de hombres.

- ¡Esto no puede estar pasando! – rugió temeroso el emperador viendo como toda su flota era engullida por la ferocidad de aquel viento divino. – Esto no puede ser otra cosa más que magia.

- ¡Mi señor! Será mejor que venga con nosotros, si no vuelve con nosotros será engullido por las olas. – Suplicaba su séquito.

-Definitivamente, estos guerreros están tocados por la divinidad. – Las lágrimas del gran Kublai Kan, semejaban más las de un niño que las de un gran emperador. Ante él, la derrota evidente, los dioses preferían regalarles la victoria a aquellos salvajes. Así que recogió los restos de su tropa emprendiendo el camino de regreso a su tierra.

Pocas fueron las naves que consiguieron regresar a casa, y nada más hacerlo, el emperador decidió inmortalizar aquel acontecimiento en los registros oficiales del reino, tildando a aquellos hombres como “Los guerreros tocados por la mano de Dios”.

Esta historia, aunque para vosotros parezca insólita queridos amigos, está inmortalizada en los textos antiguos y es la primera crónica en la que aparecen los samuráis, los legendarios guerreros de la antigua Cipango, Japón, aquellos que podían invocar al Kamikaze, el gran viento divino. 

martes, 28 de agosto de 2012

El deseo de la princesa



Stonehenge, imagen perteneciente a ojocientífico.com



Cuando vi por primera vez aquello, sentí en lo más profundo  de mi alma que el mundo y todo lo que en él habitaba tenía que ser algo más que tierra, roca y agua. No sabría cómo expresarlo, pero a mis cinco años, cada centímetro de mi diminuto cuerpo comenzó a vibrar al son de las figuras que en cada piedra se hallaban talladas.

-Nuestros antepasados ya lo sabían y desde el principio de los tiempos nos dan pistas para que aprendamos a sobrevivir en esta tierra feroz. Ahora mi pequeña, todavía no sabes nada de la vida, pero ten esto siempre presente, cuando de verdad el mundo te ponga a prueba, esto – Y señaló hacia aquellas enseñanzas ancestrales – es lo único que vas a tener.

Cuan sabias habían sido las palabras de mi padre, pero ahora, en la oscuridad de la noche aquello que entonces me parecía mágico se convierte en un desesperado grito. Con mis manos aún pegajosas de sangre, rozo cada una de las líneas buscando respuestas que se burlan de mí en el aire, como si los ancestros se hubiesen quemado con el casillo de mi padre.

De repente un sonido me pone en alerta, un leve chasquido y sé que ya me han alcanzado, por un momento pienso que no se atreverán a entrar en el círculo de piedras sagradas, pero las peores ofensas se pueden esperar de alguien tan vil. Y él, sangre de mi sangre, carne de mi carne es el que me está traicionando.
Es mi hermano, el menor de la casta de los varones, el que estuvo antes que yo en el seno de mi madre. Se acerca a mí, destronada ya de mi lecho de princesa, condenada a vagar como una vulgar vagabunda en busca de respuestas escondidas en las piedras. Sí, se acerca a mí escoltado por sus hombres, viles traidores en busca de riquezas, y a mis pies me tira la cabeza del primogénito, el sucesor a la corona de mi padre, el Rey.

-Hola hermanita, ¿qué mendigas en medio de esas piedras llena como estás de barro? ¿Qué buscas? ¿Detenerme? – Su risa es diabólica, pero a la vez noto su miedo, me teme, y eso me llena de regocijo. Sin bajar de su montura, un gigantesco semental blanco, se aproxima todavía más al círculo de piedra. – No podrás, no podrás detenerme con tus brujerías.

-Así que es eso lo que tanto temes, hermano… ¿Qué piensas hacer en este lugar sagrado? ¿Matarme?
- No quiero matarte, te quiero a mi lado. Yo y tú podríamos dominar el mundo. Yo con mi ejército y mi fuerza y tú con tu magia.

Sonrío, y apoyo mi mano en la fría piedra, notando como su energía comienza a emanar. ¿Los dioses me dan su aprobación o son los demonios que se mofan de mí desde el abismo? Me da igual, pero es la respuesta que estaba esperando, al final mi hermano tenía razón al temerme, porque soy la más poderosa de todos.

-Prefiero estar sola. – Y de mi garganta sale una sonrisa diabólica que atraviesa el bosque, siento como sus hombres se sobrecogen, ellos también me temen, lo veo en sus ojos.

-¡Acabad con ella! – Grita, con el rostro desencajado a sus hombres, que se quedan petrificados consumidos por el terror que les infunde una yo transformada, poseída. - ¡A qué estáis esperando! No dejéis que entre en trance, ¡¡Matadla de una vez!!

Pero es demasiado tarde, aquellos hombres terribles, sedientos de sangre se subyugan al poder que comienza a emanar desde las piedras hacia mí. Y yo, me relamo con mi victoria.

-Vi tu traición mucho antes de que esta se cometiera – comienzo a decir con voz gutural, la voz poseída por los espíritus – ¿Tú crees que podría haber evitado todo esto, hermanito? - Sus ojos se desencajan, su mandíbula comienza a vibrar al son de un temblor descontrolado. – La respuesta es… Sí.

Una luz verde, comienza a rodearme, a envolver mi cuerpo como un velo, un velo que poco a poco se va tiñendo de la más negra oscuridad. Todos sus hombres, huyen despavoridos, consumidos por la visión de ese ser en el que me he convertido.

-Muchas son las maneras de jugar con el destino y descifrar sus mensajes, las señales son vitales para los hombres y para sus reinos. Este reino jamás te pertenecerá. - Siento el poder fluyendo por mi cuerpo, flotando por el aire y arrojarse al cuello de mi hermano quitándole la vida. En su ojos la aprensión, el rechazo. En los míos, la satisfacción y el gozo. – Porque esta corona está destinada a alzarse ante una reina. La traición es el peor signo para un monarca, y yo no quería cargar con ese estigma.

La fuerza se disipa por el aire y vuelve a su letargo en la piedra, despertando el aguacero que dormía en las nubes. El agua lo purifica todo, hasta mi cuerpo corrompido por la codicia. Veo el cadáver de mi hermano en el suelo que pronto será consumido por las alimañas, me levanto y bajo la fría ventisca me pongo en camino, al lugar donde la corona de la destronada espera, al lugar en que mi deseada corona aguarda.

jueves, 23 de agosto de 2012

El misterio del "Luceiro do Alén" (6ª parte)


Un ruidito metálico comenzó a escucharse por todo el túnel, era como pequeños toquecitos que el eco intensificaba convirtiéndolos en un infierno de sonidos.
-Esto no me está gustando nada – Gimió Allan - ¿Qué está pasando ahora?
Pero la joven siguió hacia delante, corriendo como una demente, dejando un reguero de sangre por el camino, no parecía en absoluto asustada, todo lo contrario, una sonrisa comenzó a deslumbrar en su rostro mientras el pequeño pirata descubría como iba directa hacia la fuente del sonido.
-Eh tú, mujer… ¡mujer! – La llamaba, pero ella no le prestaba ni la más mínima atención – Mujer, ¿A dónde me llevas?
A medida que se iban acercando al lugar del repiqueteo, la oscuridad comenzaba a pintarlo todo y una leve vibración iba invadiendo cada parte de su cuerpo, era un cosquilleo que iba en aumento. La muchacha se paró en seco haciendo que el joven chocara contra ella.
-Ahora estate quieto y callado – Le susurro la muchacha en la oscuridad.
Pero Allan estaba demasiado nervioso para prestarle atención, aquello que en un principio parecían pequeñas vibraciones causadas por un sonido lejano rebotando sobre el túnel, comenzaba a hacerse palpable sobre su piel, como si un ejército interminable de insectos de uñas afiladas comenzara a subirle por los pies hasta alcanzarle la cabeza. Sin darse cuenta comenzó a sollozar.
-Allan, por favor, cierra la boca.
-¡Cómo quieres que cierre la boca! Tengo… tengo… ¿qué es esto…? ¡Estoy lleno de bichos!
- Cierra el maldito pico si no quieres que te devoren vivo, imbécil. No son bichos, son robots, micro robots, nos están escaneando. Así que quédate quieto y no te muevas. –
Las palabras de la muchacha se desvanecieron en el aire con un ligero susurro que apenas llegó al oído de Allan, pero este más por miedo que por la advertencia, se quedó paralizado sintiendo como miles de patas pasaban por su piel. Si en la penumbra del lugar apenas podía ver su cuerpo, ahora, plagado de aquellas extrañas criaturas, era una masa negra camuflada con la oscuridad.
Y de repente su cuerpo quedó liberado y una ligera brisa comenzó a soplar a su alrededor, como si todos aquellos insectos hubiesen emprendido el vuelo en un impulso común e instantáneo. La oscuridad fue borrándose poco a poco a causa de una especie de puerta que comenzaba a abrirse justo delante de ellos, en medio del túnel, dejando traspasar una luz amarillenta.
La boca de Allan estaba alcanzando grados de apertura sobrehumanos, tal era el shock que estaba sufriendo, su voz, que deseaba hacer mil preguntas, se quedaba en balbuceos desesperados, todo lo contrario que la joven la cual expresaba una serenidad desmesurada, casi sospechosa. Allan comenzó a desconfiar, pues, ¿no le había dicho minutos antes que no sabía dónde se hallaban? Pero su expresión parecía expresar exactamente todo lo contrario.
Una alargada sombra comenzó a formarse lentamente a través de la puerta de luz.
-Bienvenidos a mi mundo, humanos.

Continuará...

jueves, 16 de agosto de 2012

El misterio del "Luceiro do Alén" (5ª parte)


-Mierda – profirió el náufrago – No pensé que nos fuesen a encontrar tan rápido. – Intentó volver a poner en marcha el artefacto del capitán, pero la luz se había fundido por completo -  Joder…
-¡¡Nos atacan!! - Gritó Allan mientras ambos comenzaban a correr en busca de un refugio.
-¡Ah, sí! - exclamó sarcástico el joven.
Corrieron por una enorme explanada de hormigón hasta penetrar en la ciudad, esperaba encontrar un cobijo en medio de aquellos enormes edificios, los impactos se estrellaban a su alrededor con un ruido ensordecedor. Finalmente, encontraron una escalinata que los introdujo en las profundidades de la urbe.
-¿Dónde estamos ahora?-preguntó confuso Allan.
-No sé, debe ser una red de calles subterráneas.
- ¿Calles subterráneas?- Repitió confuso Allan.
-Mira chaval, - el joven lo agarró con fuerza del cuello y lo estrujó contra la pared – Tú me has metido en este jodido lío y no estoy dispuesta a pringar por tu culpa, ¿entiendes?
Lo que empezaba a intuir se confirmó por completo.
-¿Eres una mujer?
- Basta de preguntas, esos tíos de allí arriba van a por nosotros, y la condena por traer a gente del pasado es la muerte. ¿Comprendes? Me has jodido la vida, chaval. Así que al menos estate callado de una puta vez y haz lo que te mando.
-Una mujerzuela no me levanta así la voz, para empezar yo soy un hombre y…
Un puñetazo en toda la nariz borró la frase de su boca al instante, y el pobre Allan sintió enseguida como la sangre afloraba caliente rozando sus labios.
-En tu mundo tal vez podrías tratarme como basura, pero ahora estás en el mío. Sin mí no vas a salir con vida de aquí. Así que aprovéchate mientras me dure la bondad y deja de joderme porque te aseguro que no tengo mucha paciencia, ¿te quedó clarito niñato? Dime… ¿Quieres vivir?- Allan asintió entre dolorido y asustado. La seguridad que hacía unas horas lo había invadido convirtiéndolo prematuramente en un hombre se había esfumado, dejando paso al niñato débil y miedoso que siempre había sido- Bienvenido al futuro… Allan.

Continuará...

miércoles, 15 de agosto de 2012

Las nubes nacen de los árboles

Imagen descargada de Google


Inhalo la humedad del aire y esta me trae ecos del pasado aunque lo único que recuerde de mi infancia sean los cielos nublados y a Lucía. Poco más había entre aquellas paredes de hormigón que nos encerraban, más allá el humo de las fábricas y el olor a asfalto. Muy lejos queda eso ya y ahora más que nunca, metida en este diminuto establecimiento de pueblo con olor a libro, siento aquello como parte de un sueño muy alejado de la realidad pero que existió y forma parte de mi vida, tanto como la pluma que ahora sujeto entre mis manos.

No había conocido otra cosa hasta que logré salir de allá muchos años después, a veces pensaba que yo misma había sido engendrada por cemento a pesar de que el cuerpo se me quebraba con cada paliza. Palizas de las monjas, palizas de mis compañeras. Cuando las llegas a confundir con caricias, tu cuerpo ya es de titanio y apenas siente tan siquiera humillación.

Cuando Lucía llegó al orfanato yo tenía 12 años, era una época convulsa, aunque había conseguido muchos logros. Ahora era yo quien daba las palizas y quien ordenaba robarle el tabaco que la madre superiora guardaba en su despacho para pelearnos luego a escondidas por cada cigarrillo. Lucía era un ser pequeño y diminuto, frágil como las semillitas de un diente de león, pero aún así la saludé con un buen ostiazo que la mandó a la enfermería con la nariz rota. Fue mi manera de decirle quién mandaba allí. Más aquella niña flacucha, en vez de temerme, comenzó a seguirme a todos los lados y a cada paliza que le daba, ella más se arrimaba. No supe cómo pasó pero sin darme cuenta se había convertido en la única amiga que yo había tenido en la vida.

-Es mentira – dijo un día, estábamos acostadas en la tierra que conformaba el pequeño patio del orfanato dónde las niñas teníamos un pequeño rincón para jugar y hacer las clases de gimnasia. Su rostro estaba tan serio que por primera vez desde que la había conocido tuve la impresión que dentro de ella habitaba algo más que un espíritu débil y asustadizo, era el rostro de quien está totalmente seguro de algo.

-¿Lo qué? – pregunté yo sin apartar el rostro de ella, la cual oteaba el cielo como si fuese lo último que fuera a ver en su vida.

-Lo que dicen las monjas.

- ¿Pero lo qué?

-Las nubes no nacen del cielo.

- ¡Anda ya! Eres una trolera. Está claro que las nubes las crea Dios, y por tanto nacen del cielo – dije alzándome y tirándole pequeñas piedrecitas sin conseguir que se inmutara lo más mínimo.

-Las nubes nacen de los árboles – Su voz emergió tan tajante, que no tuve para mí más que creerla.
Su cuerpecito extendido en la tierra, inmutable al viento que comenzaba a soplar con fuerza y a las gotas que mojaban el polvo convirtiéndolo en barro.

-¿Cómo sabes tú eso? – Mis palabras rebotaron en el aire como si lo que ella me estuviera contando fuera la revelación de un secreto de orden universal.

-Porque las miraba de pequeña, allá en el bosque, las miraba elevarse desde los árboles.
Nada le pude rebatir pues jamás había visto un árbol, a no ser el esquelético pino que utilizábamos en la Natividad para aparentar un poco de felicidad. Y allí nos quedamos las dos viendo el cielo gris escupiéndonos en la cara y tuve para mí que no había visto nada más hermoso en mi vida, imaginando como podía aquello surgir de una planta.

Lo recuerdo y un nudo me atraganta, pero aguanto, mis lectores comienzan a entrar por la puerta de la pequeña librería, es un pueblo con pocos habitantes pero la firma parece tener éxito, sin percatarme estampo mi nombre en cada ejemplar con una sonrisa en la boca y un brillo de desconexión en mis ojos que añoran aquel recuerdo una y otra vez.

-Las nubes nacen de los árboles – Y con la melodía de las palabras comienza a llover. A pesar de los años noto el mismo olor, el mismo aura. Levanto la vista y no me equivoco, es ella que me sonríe desde el otro lado de la mesa, ella que sujeta mi libro entre sus manos. –No podías escoger mejor título para un libro, querida amiga.

Firmé en su piel con la tinta de un abrazo, y ambas envueltas entre las sorprendidas miradas de los allí presentes, nos reencontramos con nosotras mismas y con lo bueno de aquel triste pasado que nos había tocado vivir.

Cuando escapé del orfanato con 17 años, Lucía ya se había ido mucho tiempo atrás. Me aventuré a encontrarla sin éxito buscando los árboles de los que tanto me había hablado, los árboles con sus bebés las nubes. Y fue un día de febrero diez años después cuando la presentación de mi primer libro me llevo hasta Galicia y fue allí dónde lo vi. Sí, allí en medio del bosque, pequeños hilillos blancos se alzaban hacia un cielo ennegrecido, como recién salidos de un parto. Era algo mágico.

Fue esa magia la que me despertó el impulso de escribir Las nubes nacen de los árboles, la misma que hace que hoy, abrazadas Lucia y yo en ese mismo pueblo perdido de Galicia, veamos desde el escaparate como las nubes nacen una vez más de los árboles.

El misterio del "Luceiro do Alén" (4ª parte)


Una explosión reventó parte de la embarcación que empezó a inclinarse peligrosamente hacia babor. Todos los marineros comenzaron a correr despavoridos sabiendo que la nao se hundiría sin remedio en el mar.
-Joderos capullos- Gritó el joven en un perfecto pero extraño inglés riendo mientras su figura iba desapareciendo en el aire. –Esto va por los palos que tan amablemente le habéis dado a un pobre náufrago.
Aquellas palabras, para sorpresa de todos fueron dichas en un perfecto inglés, aunque algo diferente. Había fingido su ignorancia y gran parte de su malestar para atacarlos por sorpresa y sin piedad.
Allan corrió desesperado. Estaba en shock, en un instante todo en lo que había creído, todo lo que estaba consiguiendo se iba al garete. Así que intentó hacer todo lo que estaba en sus manos para poder conseguir al menos conservar el juramento que le había hecho a su capitán. Así que después de una carrera que le pareció eterna, consiguió agarrar uno de los pliegues de aquella camisa extraña que llevaba el náufrago justo antes de que este se desvaneciera por completo en el aire.
Después sintió una opresión por todo su cuerpo que lo mareó, y dónde solamente se podía distinguir la luz escarlata que tantas veces había envuelto el barco en sus rápidas escapadas. Pero esta vez parecía demasiado intensa, el espacio parecía aplastarlo y se sentía cada vez más cansado, tanto que se desmayó antes de darse cuenta siquiera que se había agarrado a los pantalones del extraño, y había desaparecido con él ante la aterrada mirada de los marineros del barco.
-Despierta – aquella voz resopló en los oídos de Allan como un estridente golpe – Vamos, no podemos quedarnos aquí en medio. Cómo nos encuentren las patrullas temporales estamos perdidos.
Allan sintió como sacudían su cuerpo y abrió pesadamente los ojos. Delante de él estaba el jovenzuelo con cara de apuro azuzándole para que se levantara en aquel inglés tan extraño.
-Venga, levántate. – Lo cogió de un hombro y lo alzó no sin muchos trabajos.- Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
Allan se incorporó con muchas dificultades y se quedó pasmado viendo el increíble paisaje que se extendía ante él. Había un montón de edificios gigantescos de color plateado que parecían alcanzar el cielo. Entre ellos, hileras de caminos transparentes, como si fuesen tubos suspendidos en el aire, parecían transportar una especie de carros que se movían solos, sin la fuerza de ningún animal. Eran los carros más extraordinarios que había visto en su vida, cubiertos de una forma que jamás hubiese imaginado que parecían suspenderse en el aire.
Otros de esos carros, como si fuesen pájaros sin alas volaban por el cielo a una velocidad imposible. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos, el shock de lo que había pasado en el barco se unió a aquella increíble visión que a punto estuvo de devolverlo de nuevo al suelo.
-No sé qué coño le hizo tu querido capitán a mi preciosa máquina- dijo el joven sacudiendo la joya de Carpenter–Con lo que me costó recuperarla y ahora estamos en un vacío temporal, estamos perdidos en alguna dimensión desconocida. Necesito encontrar rápido unha nave y proseguir mi camino mientras decido que hago contigo. ¡Estás pasmado o qué! ¡Eh!
-¿Qué es…? ¿Dónde demonios…?
-Sorprendido ¿no? Pues por tu culpa ahora me persigue la guardia temporal. Está prohibido traer al futuro a gente del pasado. Me has metido en un buen lío, chaval.
-Pero tú has matado a mi…
-Cállate la boca o te mando al infierno con él - dijo el muchacho dirigiéndose hacia Allan, furioso, y fue ahí donde este se dio cuenta de un pequeño detalle que al parecer le había pasado imprevisto no solo a él, sino al resto de la tripulación.- Me hallaba en una misión muy importante cuando me topé con el hijo puta de tu capitán, no sabes lo que tuve que hacer para poder recuperar el prototipo.
-¿Tú no eres un…? ¿Prototipo…? ¿qué es…?
De repente una manada de aquellos artefactos voladores aparecieron de la nada y comenzaron a atacarles sin piedad.

Continuará...

El misterio del "Luceiro do Alén" (3ªparte)


El resto de la tripulación se despertó casi al instante, y el caos se apoderó de la cubierta con la rapidez del relámpago, comenzaron a aparecer varios puntos de luz en el barco y todos corrían de un lado a otro ajustándose la ropa y sacándose las legañas.
-Maldito viejo-maldijo Jack por lo bajo- Menuda vista tiene el cabrón.
-¡¡¡Hombre a la deriva!!!- Comenzaron a gritar los que se habían incorporado antes dirigiendo su vista hacia el mar.
Mientras tanto, el capitán que hasta entonces había estado encerrado en su camarote, salió malhumorado frotándose los ojos al poco de comenzar el griterío.
-¿Qué diablos está pasando aquí?-Le rugió a al primer mozo que apareció por su lado, cogiéndolo por el cuello de la camisa.
-Hemos avistado un hombre a la deriva por proa, capitán.-le explicó este sumido en un temblor fortuito.
De sobra era conocida la norma de no despertar al capitán, y de las consecuencias que podía traer el incumplirla.
Carpenter lo soltó bruscamente y se dirigió a proa donde parte de la tripulación se concentraba curiosa, entre ellos Allan. Cuando llevó su vista a la mar comprobó que se trataba de un pequeño bote, perteneciente a algún navío con un muchacho inconsciente sobre él.
Uno de los marineros bajó hasta él con la ayuda de una cuerda consiguiendo llegar hasta náufrago y le tomó el pulso.
-¡Está vivo!!-exclamó a la vez que se asomaba el capitán por la proa.
-¡Súbanlo!-ordenó el capitán.
El marinero subió al muchacho con asombrosa facilidad y con la ayuda de dos marinos más comenzó a ascender, los demás iban haciendo un círculo alrededor del náufrago y se agolpaban para verlo mejor.
Al ser iluminado por la luz de varias velas, Allan descubrió que se trataba de un chaval que rondaría su edad, aunque era más flaco y más bajo. Tenía el pelo a la altura de los hombros, tan mojado y lleno de salitre que era casi imposible determinar su forma o color. Llevaba una ropa realmente extraña, una especie de calzones pero muy ajustados de un tejido que jamás había observado, duro pero a la vez flexible, su camisa también era de lo más extraña, no tenía botones ni aperturas por ningún lado, y sus mangas no le llegaban ni al codo. En los pies llevaba también un calzado muy raro, eran unos zapatos de tela de color negro con los cordones del mismo color y la puntera blanca . Su piel era pálida, enrojecida por el sol y el salitre, sobre todo en el rostro que se comenzaba a despellejar a la altura de la nariz y las mejillas, pero este era muy dulce y todavía conservaba todos los rasgos infantiles.
El capitán se acercó a él y le dio unas bruscas palmadas en la cara. El joven abrió los ojos y se incorporó lentamente. Temblaba como un poseso.
-¿Cuál es tu nombre muchacho? ¿De dónde vienes?-preguntó el capitán.
El joven lo miró confuso, no parecía entender muy bien la pregunta, así que el capitán volvió a insistir.
-No entiendo muy bien-chapurreó el joven en un inglés macarrónico.
-Es un español-sentenció de repente el viejo lobo de mar.
Los demás comenzaron a reír con malicia, bien era sabido que los ingleses no eran muy buenos amigos de los españoles, aunque estos formaran parte principal de su despensa.
-Seguramente los abordaron algún barco de piratas flamencos, esos imbéciles son tan salvajes que se atreven a invadir su territorio capitán- escupió Ben.
-¿Podemos divertirnos un rato con él, mi capitán?- preguntó uno de los marineros, el capitán asintió, y los marineros comenzaron a coger algunos palos y cuerdas dispuestos a jactarse torturando al pobre chaval, pero este cayó pronto en la inconsciencia de nuevo y los marinos perdieron el interés y se fueron a dormir
El náufrago seguía enrollado en la manta, tembloroso, debatiéndose en una vigilia intermitente, parecía que se iba a morir de un momento a otro. Allan sintió lástima de su debilidad. Y por un momento se vio reflejado en la mirada de aquel niño asustadizo. Pues antes de enrolarse en la nao, también había pasado por aquellas penurias. Alejó al joven de los demás, más que nada para que no se burlaran de él e intentó despertarlo. Tardó mucho en salir de la inconsciencia pero cuando abrió los ojos Allan lo incorporó con delicadeza.
-Esto te va a calentar el estómago-dijo ofreciéndole un trago de ron.- ¿Cómo te llamas? Yo soy Allan.
El joven lo miró agradecido y Allan se sumergió en el poder de esa mirada, de un azul marino penetrante. El chico cogió la botella y dio buena cuenta de ella dando un trago largo. Había algo extraño en él, algo más a parte de sus extraños ropajes, algo que a los demás parecía pasarles desapercibido pero que a Allan lo atrajo como un imán haciendo que se sintiera  a la vez cautivo y aterrado.
-¿Está bueno eh?
El muchacho chapurreó un gracias raro e incomprensible en su también extraño y escaso inglés. Allan permaneció durante toda la noche a su lado, y a pesar de esa especie de sensación de desasosiego que le producía aquel náufrago, consiguió conectar con él de una manera un tanto especial, como si delante de él se hubiese presentado la imagen de su no tan alejado pasado.
El amanecer comenzaba a asomar ya en la lejanía, y Allan se despertó aturdido, se viró hacia el muchacho, pero descubrió que este ya no estaba. De repente se escuchó un disparo y el barco se sumergió en el caos absoluto. Todos los marineros habían cogido sus armas y los disparos comenzaron a silbar por todas partes. Cuando Allan alzó la vista para ver lo que había ocurrió solo pudo alcanzar a ver como aquel muchacho lanzaba por la borda el cadáver ensangrentado del capitán e intentaba accionar el artefacto que horas antes había jurado proteger con su vida.

Continuará...

El misterio del "Luceiro do Alén" (2ª parte)


-Presta atención pequeño, este es el principal tesoro que permite que podamos escapar tan pronto. Con él, las mayores distancias se recorren en un suspiro, podemos ir de un lugar a otro en un pequeño movimiento de reloj. Es un artefacto mágico, divino me atrevería a decir yo, por lo que debes, dado el caso, protegerlo con tu vida pues de ello depende la supervivencia de esta embarcación y de todos los que permanecemos en ella. – Todos los marineros prestaban atención a las palabras del capitán, en un silencio casi ceremonial que solo se veía interrumpido por los leves ruidos que ofrecía la noche en el mar- Mucha gente pagaría lo indecible por cada una de nuestras cabezas, la tuya incluida, pues que mejor premio para la guardia real, o cualquier otro comisario que poder tener el orgullo de haber cazado a un bandido de “Luceiro do Alén”, pero jamás le daré ese orgullo. ¿Entiendes?
Allan se quedó paralizado sin saber cómo responder, estaba hipnotizado por las palabras del capitán, pero sobre todo por aquel maravilloso objeto que le habían permitido casi teletransportarse de un lugar a otro. Se preguntaba como aquella especie de joya maravillosa, fuera de su tiempo quizás, era capaz de semejante prodigio, solo podía ser magia.
-Ahora Allan, ante todos, ¿jurarás por tu vida proteger este tesoro? Pon la mano encima de la luz y júralo.
Allan siguió las indicaciones de su capitán y juró con toda su energía.
-¿Juras poner este objeto por encima de tu vida, pues con él protegerás la supervivencia de toda la nao?
-Lo juro capitán.
- ¿Juras  mantener esto en el más absoluto secreto?
- Lo juro
-¡Bienvenido a la libertad!-gritó el Carpenter alzando su botella al tiempo que todos le contestaban jubilosos.
-¡¡Bienvenido a la libertad!!- acompañaron los demás marinos a coro, mientras Allan intentaba disimilar a duras penas unas leves lágrimas de la más absoluta felicidad.
Reconocía que aquel instante lo había llenado de una profunda alegría, tanto, que por un momento había acallado los gritos de su conciencia. Por primera vez desde que había venido al mundo no era un debilucho al que todos podían pisotear, por primera vez era aceptado y admirado en un grupo. A sus catorce años se había atrevido a pedirle al despiadado Carpenter, la lamprea, que lo enrolara, había matado a un hombre y ahora conocía el gran secreto mágico por el cual aquella nave siempre desaparecía ante los ojos de las autoridades como si fuese humo.
¿Qué dirían los muchachos de su pueblo?, aquellos que se jactaban de abusar de un chiquillo asustadizo, o aquellos crueles aldeanos que le tiraban piedras solo por haber venido al mundo sin nada. Precisamente esa debilidad y miseria de los que otros se burlaban, lo habían instigado a enrolarse, y en aquel momento se sentía complacido de haber tomado aquella decisión. Él había clavado su cuchillo en la garganta de un adulto, y ahora el mismísimo capitán Wiliam Carpenter lo reconocía como pirata. El pequeño Allan comenzaba a saborear el placer de la venganza, mientras se imaginaba invadiendo la aldea y rajándoles la garganta a ellos también. Se prometió que nada lo asustaría y que abrazaría la fiereza como lo había hecho ese día, llegaría a ser más fuerte, más temido y más reconocido que su capitán. Así que para sus adentros juró y perjuró mantener en el más absoluto secreto aquel increíble objeto que les permitía viajar de forma increíble, aparecerse y desaparecerse sin que sus enemigos se percatasen.
Pero la tranquilidad nocturna había despertado aquel irritante repiqueo de culpabilidad, y la debilidad salía de nuevo a flote impidiéndole conciliar el sueño. Así que, encogido en la proa, sintiendo el frescor de la brisa marina jugueteando entre su cabello azabache y los ronquidos de los demás, se sumió en sus pensamientos, mientras la imagen de su víctima lo perseguía como un fantasma, y su visión comenzó a distorsionarse, mientras un líquido cálido le resbalaba por las mejillas.
Mientras su cuerpo se convulsionaba en el fragor de un llanto apagado, sus sensibles ojos, acompañados por la débil luz de la luna llena reflejándose en el mar, parecieron percibir algo que se movía a lo lejos escapando del horizonte entre el rumor del oleaje, al principio pensó que se debía a un espejismo, o a un simple ave marina pescando. Pero a medida que esta iba tomando forma comprendió que se trataba de algo más. Se levantó secándose las lágrimas para verlo mejor, ahora que estaba más cerca percibió que se trataba de un gran trozo de madera con algo encima, aunque su vista estaba aun tan borrosa que no pudo distinguir bien lo qué. Siguió frotándose los ojos para borrar la cobardía de su cara y cogió el candil que tenía a su lado mientras se dirigía a avisar al vigía, que también estaba roncando.
En su camino pisó sin querer a uno de los tripulantes más veteranos, el señor Culbert, que se despertó malhumorado.
-¿Qué carajo estás haciendo chaval?.
-Me pareció ver algo acercándose por proa e iba a despertar al…
Antes que hubiera terminado la frase, el viejo lobo de mar ya dirigía su mirada ceñuda hacia la proa. Para acto después comenzar a aullar a pleno pulmón.
-¡¡Hombre a la deriva!!¡¡Hombre a la deriva!!

Continuará...

miércoles, 8 de agosto de 2012

El misterio del "Luceiro do Alén" (1º parte)



La noche armonizaba con la niebla entonándose al ritmo de un silencio casi palpable y sumiéndose en la calma que precede al sueño. Los hombres estaban jubilosos, el atraco al Sta. Ana había sido un éxito rotundo, y tras saborear la victoria y haberse repartido el botín, que de seguro acabaría en la taberna, muchos de ellos ya vagaban en las profundidades cenagosas que el abundante ron les había proporcionado.
La cubierta era un océano de cuerpos malolientes con los miembros revueltos, se escuchaban estertores, gruñidos y mismo jadeos entrecortados. Sin embargo, para el joven Allan Reester aquello no parecía molestarle, su mente estaba vagando muy lejos de allí acompañada del replicar de su conciencia, envuelta todavía en el paño de la inocencia infantil.
Era la primera vez que sus manos robaban la vida a un hombre.
Todavía sentía la calidez de la sangre salpicándole en la cara mientras el cuchillo se clavaba en su garganta. Aquél instante de éxtasis que lo envolvió engrandeciéndolo, el instante en el que el mundo se empequeñeció a sus pies y la debilidad se convirtió en una escusa lejana. El valor de retar a la mismísima muerte salió como un torrente de sus labios, jurándolo a la mar que se extendía tan azul como su mirada hasta perderse en el horizonte.
Pero solo fue un instante, lo que dura la ojeada orgullosa de un capitán sediento de terror. Después la aguja del arrepentimiento lo nubló todo, como cuando el cielo se ennegrece presagiando una terrible tormenta.
Los demás marineros lo aclamaron dándole palmadas en la espalda y riendo, le ofrecieron ron e intentaron emborracharlo, pero a pesar de que se moría de ganas por encontrar el consuelo propio de la embriaguez, la bebida apenas consiguió bajarle por la garganta, así que mientras los demás se emborrachaban y festejaban a placer, él se dejó llevar por el contoneo de las olas intentando alejarse de todo.
-¡Ei pequeño Allan! ¿No vienes a celebrarlo con nosotros?- le gritó uno de los marineros sosteniendo una gran botella verde.
-El pobrecillo todavía está conmocionado. Si vierais como rajó a aquel gorila, jajajajaja. Sangraba como un cerdo, estás hecho un carnicero chaval.
-¡Y tan joven!-exclamara otro.
-Lo que pasa Ben, es que tu mamaíta tiene las tetas tan gordas que todavía mamabas de ellas a su edad.-gritaba riendo a carcajadas un hombre de mediana edad, con la babilla resbalándole perezosamente por la barbilla.
-Cuando me follé a la tuya descubrí que todavía tenía restos de tu asquerosa babilla en sus pezones- le contestó Ben, lo que hizo que el otro se le tirara encima y comenzaran una encarnizada refriega rodando por la húmeda cubierta, mientras intentaban golpearse mutuamente sin conseguirlo.
Estalló una carcajada atronadora que ni la presencia del capitán consiguió dispersar. Este, se acercó sonriente hacia el muchacho y se sentó junto a él ofreciéndole un trago, Allan vacilante lo cogió, el líquido le quemó la garganta al instante.
-Estoy orgulloso de ti Allan- comenzó a decirle el capitán- Has luchado con fiereza y has demostrado ser digno de mi tripulación de demonios. Por ello te voy a compartir contigo el gran secreto que nos une y que da tanto poder a nuestra embarcación.
Allan se atragantó e intentó disimular la fuerte tos que le emergió de la garganta, el mismísimo capitán William Carpenter, aquel que tenía sumidos en una terrorífica pesadilla a la flota mercantil española, aquel que había eludido a la marina mercante y había escapado de la guillotina un centenar de veces, aquel que bajo su acero y pólvora habían perecido innumerables hombres, le dedicaba aquellas palabras envueltas en un profundo sentido paternal. Iba a conocer el gran secreto del “Luceiro do alén” el poder que permitía a aquel navío escapar de las manos de la ley tan deprisa, aquel poder que él apenas había podido atisbar, tan ensimismado como estaba en su propia victoria.
-Ya te puedes considerar un pirata de verdad- sentenció el segundo de abordo extendiéndole su parte del botín. – Ahora podrás conocer el secreto mejor guardado de toda la historia de la piratería.
El Capitán apartó el parche que cubría su ojo izquierdo y sacó una pequeña circunferencia plateada cuyo interior se hallaba iluminado por una potente luz escarlata.

Continuará...

miércoles, 1 de agosto de 2012

Vine a por pastillas y me dieron un chucho



-Vine a por pastillas y me dieron un chucho – rezongué nada más salir de la consulta del psicólogo convencida de que más me valdría ir al psiquiatra, pues tal vez ese matasanos me podría proporcionar mis tan queridos antidepresivos – Y la muy zorra tiene la santa cara de ponérmelo en una receta.
Mi hermana al ver la prescripción se echó a reír, pues en efecto dicho papelillo, con la poca claridad que podía disponer la letra de un médico, rezaba “Un perrito, raza, color y sexo al gusto”.
Llena de furia monté en el coche de mi hermana, y con la misma desazón seguí todo el camino hasta mi casa sin abrir la boca y con el ceño fruncido. Esto era lo que pasaba por ir al psicólogo de la seguridad social. Cuánto de menos echaba a mi viejito, ese sí que era un buen doctor, uno de los de la antigua escuela, esos que te dan la pastillita y te mandan con una cachetada para casa “¡Ale! y ahora a ser feliz”, todo lo contrario que esa nueva doctora, estos jóvenes… ¿Qué carajo les ensañaban en las universidades?
-Para mí, es muy fácil darte unas pastillas y mandarte para casa – Me había dicho la chavala – Pero me gusta preocuparme por mis pacientes, así que probaremos una nueva terapia. ¿Sabes que muchas personas con depresión mejoran considerablemente cuando hacen terapias con animales?
Y bueno, el resto ya queda dicho. Pero una lo que quería era seguir enganchada a la placentera neblina que la envolvía al tomar aquella droga, lo demás carecía de importancia.
-¿Seguro que estás bien, Carla? – preguntó mi hermana antes de que pudiese bajar del coche.
- Sí – y con eso salí del auto para encerrarme en mi casa, envuelta por los muchos recuerdos de lo que formaba ya parte del pasado.
¿Cómo puede sustituir un chucho a toda una vida? Cogí el portarretratos y comencé a llorar de nuevo, mis niños… no existe mayor dolor para una madre que ver como sus hijos mueren en sus brazos, es una herida tan grande que insensibiliza cualquier otra desgracia, ni cuando mi matrimonio empezó a ir mal y desembocó en un durísimo divorcio. No sentí absolutamente nada, los gritos sólo eran ecos sordos y ya nada podía herirme, tanto, que tampoco sabía diferenciar cuando yo hacía daño a los demás.
Al final me quedé sola, sin hijos, sin marido y sin trabajo, aguantando a duras penas la casa y con una depresión de caballo… ¡Y la muy puta me quitaba las pastillas! ¡Por mis cojones que no me quedaría sin ellas!
Sin más, dejé el portarretratos donde estaba y salí de casa como alma que lleva el diablo, creo que hice mi mejor tiempo de llegada a la farmacia y fue entonces cuando venía lo más difícil, sobornar al personal.
-“Que no me toque la amargada menopáusica, que no me toque por Dios”- Pensaba para mí con los dedos cruzados como si fuera una niña de diez años – “¡Mierda!” – Pues sí me había tocado.
-Dime Carla
-Nada, lo de siempre.
-Tarjeta.
-Se me olvidó en casa.
- Sin la tarjeta no puedo acceder al servidor y por tanto no hay pastillas
-“Será…”-Maldecía para mis adentros, pero saqué la tarjeta, esperanzada de que mi viejito me dejara alguna caja en reserva.
-Lo siento, no tienes nada.
-Tú dámelas igual, no me importa el descuento.
-Carla, no deberías jugar con esas pastillas, y menos sin receta médica.
-“Ahora esta borde de mierda se preocupa por mí, ¡por favor!” – Pensé y la furia del pensamiento se transmitió en las palabras que le referí -  A ti no te importa lo que haga o deje de hacer con mi vida. ¿Qué más te dará? ¿Acaso no estáis para vender? Pues yo quiero comprar.
-Hermanita, mírate, pareces una yonki.
-“Bueno, lo que me faltaba. ¿Qué cojones hará esta aquí?” – Pensé mientras me viraba para encontrarme con mi hermana sonriente – Joder, deja de acosarme. ¿Cuánto tiempo hace que me dejaste en casa…? ¿Cinco minutos?
- Cuarenta y dos para ser exactos, y no te preocupes por la medicación, que ya me encargué yo de ella.
-¡En serio! Tú si que me quieres herman… - Y la frase se me atascó en la garganta pues lo que sacó del bolso no era pequeño y cuadrado, sino pequeño y peludo. -¡Qué coño es eso! – Vociferé.
- Lo que te recetó la doctora. – Y junto a ella comenzó a reír la farmacéutica, que salió del mostrador para acosar al pobre animal.
- ¡Oh! Que animalito tan mono… - La menopáusica atacaba implacable.
- Animalita, querrás decir, es una chica. – La corrigió mi hermana. – ¡Ey! ¿Y tú a dónde te crees que vas?
Mi maniobra evasiva fue destruida sin llegar a pasar el marco de la puerta.
-Si no me venden la droga tendré que marcharme a otro establecimiento en el que sea más fácil sobornar al personal.
-No seas tan cascarrabias mujer – Me atajó mi hermana.- Pretendes quedarte toda la vida dependiendo de unas pastillas sin intentar nada.
- ¿Qué vida me queda ahora? ¡Eh! Dime… - Mis ojos comenzaron a picarme y el nudo en la garganta apenas me dejaba respirar, pero aún así conseguí tragármelo – Lo único que sé es que esta noche no conseguiré dormir, no conseguiré descansar pues este maldito dolor me está comiendo por dentro. Sólo quiero las pastillas para desconectarme por unas horas y olvidar, por favor, compréndeme…
No sé si olvidé o no, pero desde luego no calcé sueño en toda la noche, el animalito debía de echar de menos su jaula de la tienda porque no paró de dar la lata ni un minuto. Sí, sin saber cómo, mi hermana consiguió encasquetarme al bicho sin que pudiese oponer resistencia. Era un ser peludo y negro, que cogía en la palma de mi mano. Pero que aun siendo tan diminuto pegaba unas voces que ponían los pelos de punta.
Sea como fuere, aquella noche la tristeza dio paso al deseo de dar muerte a todo lo que se me pusiera por delante, de igual modo le siguieron los días, el perro no sólo me dejaba en vela por las noches sino que me dejaba la casa llena de mierda durante el día. ¿Cómo era posible que un ser tan insignificante pudiera echar semejante mundo por su trasero? Eso sí que era un fenómeno paranormal digno de estudio.
Además, el bicho había aprendido a usar su propia mierda como arma. Dos semanas después del “regalito”, ella, que era más dueña de la casa que yo, se puso a dar la lata al pobre fontanero que me había venido a arreglar una vía de agua en la cocina. Sus ladridos eran agudos y los usaba siempre que tenía oportunidad, aunque aquella vez no parecían surtir el efecto deseado. Rabiosa estuvo toda la mañana husmeando por la cocina dando voces y saltando como una histérica.
-¡Señora! ¿Podría venir un momento aquí? – Me llamó al fin el pobre hombre.
Me apresuré  feliz a ir pues, aguardaba que hubiese terminado con la faena ya que me urgía salir a hacer unos recados. Nada más entrar en la cocina me encontré con el pastel y el terrible olor que lo acompañaba. La muy cabrona le había cagado en medio de las herramientas. Con la cara roja llena de vergüenza y de rabia me dispuse a limpiarlo, y por no quedar mal a darle una suculenta propina por las molestias, el hombre salió “cagando” leches, nunca mejor dicho, y muy bien no debió terminar el asunto, pues aún a día de hoy tengo problemas con la dichosa cañería.
Muchos días tardé en intentar educarla correctamente. Le compré un recipiente con arena para que hiciera sus cosas, más cuanto más le intentaba enseñar y cuanto más le increpaba, más me las hacía. Al final siempre me tiraba con toda la arena al suelo para terminar cagando en mi cuarto.
No consigo contar la infinidad de pares de chanclas y zapatillas que tuve que echar a la basura, y las muchas veces que tuve que correr detrás de ella por toda la casa como una estúpida. O la de veces que he madrugado sacándola a hacer sus cosas para que luego las terminara haciendo nada más entrar por la puerta al regreso. Por no hablar de su exquisito paladar que no te admitía el pienso, la comida revenida o la misma comida dos días seguidos.
Llegué a tener la casa tan asquerosa que parecía la piara de un cerdo.
En uno de esos días de intensa limpieza conmigo ordenando y la perra ensuciando, en un cajón la encontré. Era una caja de mis antiguos antidepresivos. No recordaba cómo es que habían quedado allí, y cómo no me habían pasado por la cabeza en mis momentos de mono, pero allí estaban. En aquel momento de debilidad, mi antigua vida me vino a la cabeza, los rostros de mis hijos desangrándose en medio de los hierros del coche, y una yo intentando liberarlos desesperadamente. Una Carla que a pesar de haber sido quien pisó el acelerador estaba ilesa mientras que al fruto de su vientre se le iba la vida. Recordando los bellos rizos dorados de mi pequeño Tomás teñidos de carmesí, las lágrimas desbordaron mi rostro descontroladas
-Mami, me duele, me duele mucho.
Me dejé deslizar por la pared, hasta que quedé con el cuerpo tendido en el suelo quebrado de dolor. ¿Era posible que lo hubiese olvidado? Lo había despistado quizás, limpiando tanta mierda del condenado chucho, pero olvidar jamás.
En un impulso cogí la caja de pastillas, me metí un puñado en la boca y la niebla volvió más tupida que nunca curando mi dolor, la niebla se extendía tapando la tristeza y llevándome hacia el más oscuro abismo.

Sentí algo suave y mojado en la cara antes de que unas voces comenzaran a gritar a lo lejos, eran las de mi hermana acompañadas de muchas más.
-¡Carla, Carla!
Abrí un poco los ojos y allí estaba ella, la perrita lamiéndome la cara y ladrando como una posesa, con su diminuta lengua secaba las lágrimas que me caían por el rostro.
No recuerdo más de aquel día, lo que sé me lo contaron después mi hermana, mi cuñado y mis vecinos. La perrita salió de mi casa como una loca por la puerta de atrás, la que da al jardín, y corrió por toda la vecindad ladrando como una posesa.
-Me cogió de la falda y comenzó a tirar de ella con una fuerza… – Me contó mi vecina Asunción, una señora ya entrada en años – Esto no te puede ser nada bueno, pensé.
El caso es que la siguieron y me encontraron tirada en el suelo con la caja de pastillas en la mano, y en seguida llamaron a mi hermana que vive a unas pocas calles de mi casa y a una ambulancia.

-¡Perla! – La llamo y ahí me viene obediente, sí, se llama Perla, ¿bonito nombre verdad? Se lo puso mi hermana el mismo día que me la trajo hace ya más de un año, y en cierta medida ella es una perla, una piedra preciosa de gran valor, porque ella me ha salvado no sólo la vida, sino en todos los aspectos en los que se puede salvar a una persona.
Venimos muy a menudo por el cementerio a traerle flores a mis niños, el pequeño Tomás y la hermosa Laura. Todavía me sigue atormentando la culpabilidad. Bien es cierto que el que se salió del carril fue el coche que venía en dirección contraria, pero si no hubiese ido tan rápido… En fin, es un fantasma que siempre llevaré en mi alma, pero al menos ahora no estoy sola.
-¡Carla! – Escucho a lo lejos.
Es Alberto que viene con Puppy, su pastor alemán.  De como conocí a Alberto, bueno, eso es otra historia, para que no se diga que sacar al chucho de casa no trae también su recompensa.