miércoles, 8 de agosto de 2012

El misterio del "Luceiro do Alén" (1º parte)



La noche armonizaba con la niebla entonándose al ritmo de un silencio casi palpable y sumiéndose en la calma que precede al sueño. Los hombres estaban jubilosos, el atraco al Sta. Ana había sido un éxito rotundo, y tras saborear la victoria y haberse repartido el botín, que de seguro acabaría en la taberna, muchos de ellos ya vagaban en las profundidades cenagosas que el abundante ron les había proporcionado.
La cubierta era un océano de cuerpos malolientes con los miembros revueltos, se escuchaban estertores, gruñidos y mismo jadeos entrecortados. Sin embargo, para el joven Allan Reester aquello no parecía molestarle, su mente estaba vagando muy lejos de allí acompañada del replicar de su conciencia, envuelta todavía en el paño de la inocencia infantil.
Era la primera vez que sus manos robaban la vida a un hombre.
Todavía sentía la calidez de la sangre salpicándole en la cara mientras el cuchillo se clavaba en su garganta. Aquél instante de éxtasis que lo envolvió engrandeciéndolo, el instante en el que el mundo se empequeñeció a sus pies y la debilidad se convirtió en una escusa lejana. El valor de retar a la mismísima muerte salió como un torrente de sus labios, jurándolo a la mar que se extendía tan azul como su mirada hasta perderse en el horizonte.
Pero solo fue un instante, lo que dura la ojeada orgullosa de un capitán sediento de terror. Después la aguja del arrepentimiento lo nubló todo, como cuando el cielo se ennegrece presagiando una terrible tormenta.
Los demás marineros lo aclamaron dándole palmadas en la espalda y riendo, le ofrecieron ron e intentaron emborracharlo, pero a pesar de que se moría de ganas por encontrar el consuelo propio de la embriaguez, la bebida apenas consiguió bajarle por la garganta, así que mientras los demás se emborrachaban y festejaban a placer, él se dejó llevar por el contoneo de las olas intentando alejarse de todo.
-¡Ei pequeño Allan! ¿No vienes a celebrarlo con nosotros?- le gritó uno de los marineros sosteniendo una gran botella verde.
-El pobrecillo todavía está conmocionado. Si vierais como rajó a aquel gorila, jajajajaja. Sangraba como un cerdo, estás hecho un carnicero chaval.
-¡Y tan joven!-exclamara otro.
-Lo que pasa Ben, es que tu mamaíta tiene las tetas tan gordas que todavía mamabas de ellas a su edad.-gritaba riendo a carcajadas un hombre de mediana edad, con la babilla resbalándole perezosamente por la barbilla.
-Cuando me follé a la tuya descubrí que todavía tenía restos de tu asquerosa babilla en sus pezones- le contestó Ben, lo que hizo que el otro se le tirara encima y comenzaran una encarnizada refriega rodando por la húmeda cubierta, mientras intentaban golpearse mutuamente sin conseguirlo.
Estalló una carcajada atronadora que ni la presencia del capitán consiguió dispersar. Este, se acercó sonriente hacia el muchacho y se sentó junto a él ofreciéndole un trago, Allan vacilante lo cogió, el líquido le quemó la garganta al instante.
-Estoy orgulloso de ti Allan- comenzó a decirle el capitán- Has luchado con fiereza y has demostrado ser digno de mi tripulación de demonios. Por ello te voy a compartir contigo el gran secreto que nos une y que da tanto poder a nuestra embarcación.
Allan se atragantó e intentó disimular la fuerte tos que le emergió de la garganta, el mismísimo capitán William Carpenter, aquel que tenía sumidos en una terrorífica pesadilla a la flota mercantil española, aquel que había eludido a la marina mercante y había escapado de la guillotina un centenar de veces, aquel que bajo su acero y pólvora habían perecido innumerables hombres, le dedicaba aquellas palabras envueltas en un profundo sentido paternal. Iba a conocer el gran secreto del “Luceiro do alén” el poder que permitía a aquel navío escapar de las manos de la ley tan deprisa, aquel poder que él apenas había podido atisbar, tan ensimismado como estaba en su propia victoria.
-Ya te puedes considerar un pirata de verdad- sentenció el segundo de abordo extendiéndole su parte del botín. – Ahora podrás conocer el secreto mejor guardado de toda la historia de la piratería.
El Capitán apartó el parche que cubría su ojo izquierdo y sacó una pequeña circunferencia plateada cuyo interior se hallaba iluminado por una potente luz escarlata.

Continuará...

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