martes, 15 de mayo de 2012

La última trampa


El cielo brillaba por primera vez en la ciudad de Abrish, el humo de las bombas se había desvanecido y el horror no había hecho más que empezar. Miles de cuerpos sangrantes se agolpaban inertes formando una dantesca masa que se perdía en cada calle. Alguno de esos cuerpos había conseguido levantarse a duras penas, confundidos y desorientados vagaban sin rumbo. Entre ellos Héctor, al que la suerte le había brindado una vez más el poder de la supervivencia. Sus pies se enredaban entre el amasijo de miembros desechos y cada vez que tropezaba le costaba más volver a alzarse sin deseando poder deshacerse con aquellos cuerpos. Su alma se había vuelto insípida con tanto dolor y se odiaba a sí mismo por que su cochina suerte le permitiera seguir vivo.

Durante horas, los pocos supervivientes buscaban desesperados a sus familiares entre la marea sin resultado, y los llantos eran cada vez más silenciosos. Poco importaba ya todo, el desastre de la guerra en vez de esperanza solo había traído muerte. Y para Héctor un infierno indescriptible.

Su mente comenzó a recorrer los acontecimientos del último año, como intentando abrazar ese pasado en el que todavía existía algo. Por aquel entonces, él era otro futuro héroe, buscaba escribir su nombre a fuego en la historia para ser recordado por siempre. No era un soldado, su cuerpo no había sido creado para la batalla, pero con su mente había conseguido hacerse un hueco en el grupo de investigación del ejército, donde comenzó a despuntar desde el primer día. A parte de ser un gran estratega, tenía un don especial para las trampas y no era para menos, desde que tenía uso de razón gustaba de ir con su hermano mayor al bosque y no había día que dejaran de traer carne fresca a casa.

No le cabía duda alguna que aquello que había propagado la maldición de la parca de forma tan dantesca era una de ellas. Aquellas trampas que al principio había utilizado para cazar pequeñas ardillas y animalejos, ahora se dedicaban a robar vidas. Porque una bomba normal no podía causar tanto daño, una bomba normal no podía aniquilar de esa manera a una ciudad que lideraba los frentes de guerra.

-Estábamos a punto de ganar la contienda – Pensó- ¿Cómo es posible que el enemigo conociera esto?

 Veía como alguno de los facultativos supervivientes salían de un hospital derrumbado e  intentaba ayudar a las víctimas, cerca suya, una niña alzaba su mano carmesí en busca de ayuda para poder levantarse por última vez. Otros supervivientes intentaban reanimar a los moribundos cuyos estertores se hacían cada vez más silenciosos, pero Héctor se quedó paralizado viendo aquel retrato bélico sin saber que hacer, confundido.

Sólo había dos personas en el mundo que conocieran su secreto, su hermano y ella.

La había conocido años atrás en la universidad, era una joven de una belleza y talentos increíbles, todo el mundo sabía de ella, pues sus logros desde bien iniciada la carrera habían acaparado la atención de los más elevados intelectuales en la materia. Para él era simplemente alguien inalcanzable. Fue durante aquel año como investigador para la guerra cuando los unieron en un trabajo común, la destrucción del enemigo.

 Poco de él podría atraer a una mujer, pero sin saber como, ella acabó cayendo en sus brazos y pudo disfrutar de su amor corto y trágico en aquellos duros meses de guerra, donde a parte de la alcoba compartían secretos de la investigación, entre ellos los terroríficos inventos de Héctor. Pero tras su misteriosa desaparición todo se había hundido y a pesar de sus grandes éxitos en la guerra que hacían que la victoria de los rebeldes fuera un simple trámite burocrático, él ya no quería que lo tratasen como un héroe, no quería ser un ganador en nada, él solo quería ahogarse en su pena.

Desde la lejanía observaba cómo los aviones enemigos se aproximaban para tomar lo que les pertenecida, una vez caída la capital no había vuelta a atrás, los rebeldes se irían debilitando hasta perder finalmente la guerra. Cuanto más cerca estaban más vacío sentía y más deseaba la muerte.

Un fuerte remolino de aire lo tiró al suelo donde no hizo nada por levantarse, una gran sombra le tapaba la luz del sol, era un cuerpo metálico, no cabía duda que una nave enemiga se situaba justo encima de él y la corriente de aire que desprendía lo pegaba al suelo. De repente vio como algo se desprendía de la nave y giraba al ritmo del viento para caer con un ruido seco muy cerca de él. No quiso hacerle caso, ojalá fuera una maldita pieza y la nave echara a arder, pero no era nada metálico, no brillaba a la luz del sol, más bien parecía desprender un líquido negruzco. No tardo en distinguir aquella amada cabellera teñida ahora de ocre, o los que fueran tan apetitosos labios que dibujaban una siniestra mueca de dolor, o aquellos hermosos ojos azules que parecían ver el infierno. Quería levantarse pero su cuerpo se quedó petrificado bajo un aluvión de espasmos que como las llamas de su trampa iban carcomiéndolo por dentro.

La nave fue descendiendo poco a poco hasta alcanzar tierra, y no distinguió a la figura que salía de ella y cogía la cabeza del suelo hasta que escuchó su voz.

-¡Hola Héctor! – La sonrisa de su hermano brillaba muchísimo más que cualquier sol. – Se que la echabas de menos, así que te la traje. No es para menos, la tía follaba de miedo. Estás hecho un toro hermanito.

Héctor no respondió, no sabía si la sensación que lo invadía era pena, rabia, impotencia u odio.

- No me mires así. Mis superiores no querían que viniera, pero quería darte las gracias. Gracias a tu putita la guerra es nuestra.

Desearía poder haber echo cualquier otra cosa, tal vez asesinar a su propio hermano, abrazar la cabeza de su amada o suplicar la muerte. Pero sin hacer caso a nada, se levanto lentamente, intentando permanecer de pie el máximo tiempo posible y dándole la espalda a su hermano que reía y vociferaba para captar su atención, y se acercó a la niña que levantaba suplicante su bracito.

-Eres un mierda Héctor, un maldito cobarde.

Era la serenata que emanaba una y otra vez de la boca de su hermano mientras él cogía muy despacio la manita de la niña que en medio de dolor le dedicaba una sonrisa. La cogía en brazos y la arrullaba mientras comenzaba una cuenta atrás, siempre lo habían tranquilizado los números, pero esta no era una cuenta cualquiera.

- 40… 39… 38… 37… 36…

Su hermano seguía vociferando pero el lo único que escuchaba era el débil latido del corazón de la niña que poco a poco se iba apagando, hasta los números parecían disiparse en el espacio como si una ligera brisa se hubiese levantado de repente de la nada.

- 15… 14… 13… 12… 11…

¿Cuándo había empezado aquella costumbre de contar? Intentó evocarlo y un aluvión de recuerdos en el bosque impregnó su mente, sí ya lo recordaba, como poder olvidarlo.

- 10… 9…. 8…7

Aquella interminable espera hasta que algún animalillo caía en una de sus trampas. Contar lo tranquilizaba, era como si esa espera dejara de existir. Por eso, todas sus trampas tenían una cuenta, una cuenta atrás por su puesto, y esta no podía ser menos.

-6…5…4…

La brisa se hacía más fuerte y en nada terminaría por fin con todo, con aquel horrible ser que dejaba morir a inocentes y se alegraba de la destrucción que causaba. El hombre.

-3…2…1...

El corazón de la niña se paró y Héctor le cerró los ojos antes que su última trampa lo devorase todo.



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